lunes, 23 de septiembre de 2013

La Historia Rara del Chico Raro que le robó el nombre al Amor. Parte 2: Anticiclones de invierno.





No recuerdo muy bien como nos enamoramos. Tal vez yo fuera lo suficientemente valiente como para plantarme delante de aquel chico con la cámara en la mano y le dije que quería pasar toda mi vida con él. Tal vez fue él ,el que se acercó a mí y con la excusa de pedirme una dirección, me terminó pidiendo una cita. Tal vez el destino quiso que tropezáramos el uno con el otro. Una explicación de cómo nos enamoramos os serviría de poco, puesto que el amor no concibe explicación alguna. No tiene una fórmula exacta, cuando llega…sabes que ha llegado…y es ahí cuando empiezas a recordar.
Marcos y yo pasábamos la mayor parte del tiempo juntos. Por alguna extraña razón aquel chico moreno y alto de ojos oscuros e inciertos se enamoró de mí, una chica rubia bajita y de ojos verdes tristes. A veces nos quedábamos mirando el uno al otro a los ojos, sin decir nada, en silencio…dicen que cuando puedes estar en silencio como lo estábamos nosotros es que la gente se entiende con la mirada. Y en cierto modo así era. Yo lograba ver que era un chico con inquietudes, siempre despierto, esperando cualquier momento perfecto que inmortalizar. Sus ojos me hablaron de sus amores pasados, del dolor de alguna que otra mujer que pasó por su vida, de cómo me quería a mi. Cuando se reía se le formaban unas pequeñas arrugas alrededor, que dejaban empezar a ver que el tiempo siempre pasaba para todos y que a mi me parecían algo así como la octava maravilla del mundo.
Recuerdo su apartamento. No tenía cama. Prácticamente vivíamos en un colchón en el que dormíamos en el suelo. El tenía  grandes sueños con la fotografía. Decía que viajaríamos por todo el mundo de la mano, y que montaría exposiciones importantes. Y yo me sentaba y le escuchaba hablar entusiasmado, mientras me perdía en aquella voz ronca y profunda que conseguía erizarme la piel.
Marcos era un soñador, tanto como lo había sido yo antes de ir vendiendo sueños a los mejores postores. Y de alguna manera, aquellos sueños que el tenía me contagiaron de un aire tan nuevo, tan olvidado…que de la mano cerrábamos los ojos y dejaba que me transportara a mil mundos que él inventaba sólo para mí. Un día me contó una historia sobre una princesa destronada, a la que el rey no consiguió encontrarle un marido de la corte, porque ella no podía dejar de pensar en una rana de ojos grandes y oscuros que la había cautivado con cantos por las noches. Y así inventando historias de princesas, ranas y finales sin final…él me hacía soñar con esa fuerza que había perdido.
Otras veces, no me contaba historias para que me riera y soñara. Esas veces Marcos se sentaba a mi lado, entrelazaba sus dedos con los míos y me leía pasajes de Julio Cortázar consciente de que era mi escritor favorito y amaba sus palabras susurradas en su voz. Luego me hacía el amor lento, empapándome de él, de cada roce de su cuerpo, de cada centímetro de su piel.
La verdad es que Marcos era muy pasional. Podíamos vivir días horizontales…piel con piel, sintiéndonos, queriéndonos, respirándonos, gimiendo el uno por el otro  y dándonos placer hasta que el sueño o el cansancio nos visitaba.
Me hacía café por las mañanas. Él lo tomaba siempre sólo, sin azúcar y me decía que en sus mañanas la dosis de dulzura la ponían mis besos de buenos días.
Nunca utilizábamos nuestros nombres. Yo desordene las letras del suyo, y con la palabra amor me bastaba, pues desde el principio se había convertido en un ladrón del significado de aquel sustantivo que ahora era suyo. Y el me llamaba pequeña, decía que cuando lo abrazaba mi cabeza quedaba justo al lado del corazón y de allí salía aquella palabra que a mí me cautivaba al escucharla salir de sus labios.
Una de las cosas que mas me gustaban era su originalidad en todos los aspectos de su vida. No teníamos mucho dinero y no nos podíamos permitir muchas cosas pero cuando queríamos viajar, el cogía un coche viejo que tenía y conmigo al lado simplemente conducía por carreteras secundarias, con las ventanillas bajadas, cantando a la vez, con mis pies en el salpicadero y mostrándome paisajes que no sabia que existían.  Me tocaba las rodillas mientras conducía, gestos simples que a mi me parecían que tenían un mundo entero concentrado. Y lo mismo me daba que fuéramos al este o al oeste si el había desordenado mis puntos cardinales cuando entró en mi vida.
Cuando no me daba cuenta me echaba fotos. Odiaba que hiciera eso. La mitad de las que tenía yo salía con la boca abierta, intentando taparme y diciendo “no”…pero a él le hacía reír…y yo por esa risa…por su risa… habría sido capaz de contar todos los granos de arena del mundo y beber el agua de los siete mares.
Me encantaba el intercambio de notas que nos dejábamos el uno al otro. A mí siempre me costó expresar sentimientos con la voz. Era amante de las palabras escritas y así lo comprendió él. Y aunque nos decíamos te quiero en suspiros de medianoche, nos gustaba dejarnos mensajes cifrados con los que sacarnos mutuamente sonrisas.
Él me devolvió a mi misma. La chica que soñaba, que no escondía la tristeza en las mejillas, que no lloraba subiendo escaleras, que miraba por ventanillas para ver sin ojos nublados. La que le gustaba acortar distancias con besos sinceros, por la calle, en el cine, en una cama o en la vida, sin tener que esconderse. La que dejaba que su corazón hablara más que sus letras, y sus ojos mas que sus labios. A la que le costaba dejarse llevar hasta que encontró a alguien que cogió su mano y no la soltó…

Porque yo quería a Marcos como jamás había querido a otro en mi vida. Él se convirtió en todo para mí. Era mi norte en mis momentos de locura y mi sur cuando la vida no me sonreía. Era el bien cuando me despertaba con besos en la frente y el mal cuando follábamos como locos sin pensar en el amanecer. Era mi ancla cuando quería encallar en situaciones y las olas que me mareaban en otras. Era como una bomba de sentimientos que hizo olvidarme de mis anteriores fracasos y solo pensar en el presente con él. Era la paz en una guerra librada por miradas. Era una brújula que desordenaba mi  destino, ahora tan mezclado con el suyo. Era cosquillas en el vientre, y dedos entrelazados en su pelo. Era mi sueño en su máximo significado. Era una tormenta de verano que te moja los pies, un anticiclón en invierno que te calienta al sol. Era simplemente Marcos…y mi vida empezaba y acababa con él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario