No recuerdo muy bien como nos enamoramos. Tal vez yo fuera
lo suficientemente valiente como para plantarme delante de aquel chico con la
cámara en la mano y le dije que quería pasar toda mi vida con él. Tal vez fue
él ,el que se acercó a mí y con la excusa de pedirme una dirección, me terminó
pidiendo una cita. Tal vez el destino quiso que tropezáramos el uno con el otro. Una explicación de cómo nos enamoramos os serviría de
poco, puesto que el amor no concibe explicación alguna. No tiene una fórmula
exacta, cuando llega…sabes que ha llegado…y es ahí cuando empiezas a recordar.
Marcos y yo pasábamos la mayor parte del tiempo juntos. Por
alguna extraña razón aquel chico moreno y alto de ojos oscuros e inciertos se
enamoró de mí, una chica rubia bajita y de ojos verdes tristes. A veces nos
quedábamos mirando el uno al otro a los ojos, sin decir nada, en silencio…dicen
que cuando puedes estar en silencio como lo estábamos nosotros es que la gente
se entiende con la mirada. Y en cierto modo así era. Yo lograba ver que era un
chico con inquietudes, siempre despierto, esperando cualquier momento perfecto
que inmortalizar. Sus ojos me hablaron de sus amores pasados, del dolor de
alguna que otra mujer que pasó por su vida, de cómo me quería a mi. Cuando se
reía se le formaban unas pequeñas arrugas alrededor, que dejaban empezar a ver
que el tiempo siempre pasaba para todos y que a mi me parecían algo así como la
octava maravilla del mundo.
Recuerdo su apartamento. No tenía cama. Prácticamente
vivíamos en un colchón en el que dormíamos en el suelo. El tenía grandes sueños con la fotografía. Decía que
viajaríamos por todo el mundo de la mano, y que montaría exposiciones
importantes. Y yo me sentaba y le escuchaba hablar entusiasmado, mientras me
perdía en aquella voz ronca y profunda que conseguía erizarme la piel.
Marcos era un soñador, tanto como lo había sido yo antes de
ir vendiendo sueños a los mejores postores. Y de alguna manera, aquellos sueños
que el tenía me contagiaron de un aire tan nuevo, tan olvidado…que de la mano
cerrábamos los ojos y dejaba que me transportara a mil mundos que él inventaba
sólo para mí. Un día me contó una historia sobre una princesa destronada, a la
que el rey no consiguió encontrarle un marido de la corte, porque ella no podía
dejar de pensar en una rana de ojos grandes y oscuros que la había cautivado
con cantos por las noches. Y así inventando historias de princesas, ranas y
finales sin final…él me hacía soñar con esa fuerza que había perdido.
Otras veces, no me contaba historias para que me riera y
soñara. Esas veces Marcos se sentaba a mi lado, entrelazaba sus dedos con los
míos y me leía pasajes de Julio Cortázar consciente de que era mi escritor
favorito y amaba sus palabras susurradas en su voz. Luego me hacía el amor
lento, empapándome de él, de cada roce de su cuerpo, de cada centímetro de su
piel.
La verdad es que Marcos era muy pasional. Podíamos vivir
días horizontales…piel con piel, sintiéndonos, queriéndonos, respirándonos,
gimiendo el uno por el otro y dándonos
placer hasta que el sueño o el cansancio nos visitaba.
Me hacía café por las mañanas. Él lo tomaba siempre sólo,
sin azúcar y me decía que en sus mañanas la dosis de dulzura la ponían mis
besos de buenos días.
Nunca utilizábamos nuestros nombres. Yo desordene las letras
del suyo, y con la palabra amor me bastaba, pues desde el principio se había
convertido en un ladrón del significado de aquel sustantivo que ahora era suyo.
Y el me llamaba pequeña, decía que cuando lo abrazaba mi cabeza quedaba justo
al lado del corazón y de allí salía aquella palabra que a mí me cautivaba al
escucharla salir de sus labios.
Una de las cosas que mas me gustaban era su originalidad en
todos los aspectos de su vida. No teníamos mucho dinero y no nos podíamos
permitir muchas cosas pero cuando queríamos viajar, el cogía un coche viejo que
tenía y conmigo al lado simplemente conducía por carreteras secundarias, con
las ventanillas bajadas, cantando a la vez, con mis pies en el salpicadero y
mostrándome paisajes que no sabia que existían.
Me tocaba las rodillas mientras conducía, gestos simples que a mi me
parecían que tenían un mundo entero concentrado. Y lo mismo me daba que fuéramos
al este o al oeste si el había desordenado mis puntos cardinales cuando entró
en mi vida.
Cuando no me daba cuenta me echaba fotos. Odiaba que hiciera
eso. La mitad de las que tenía yo salía con la boca abierta, intentando taparme
y diciendo “no”…pero a él le hacía reír…y yo por esa risa…por su risa… habría
sido capaz de contar todos los granos de arena del mundo y beber el agua de los
siete mares.
Me encantaba el intercambio de notas que nos dejábamos el
uno al otro. A mí siempre me costó expresar sentimientos con la voz. Era amante
de las palabras escritas y así lo comprendió él. Y aunque nos decíamos te
quiero en suspiros de medianoche, nos gustaba dejarnos mensajes cifrados con
los que sacarnos mutuamente sonrisas.
Él me devolvió a mi misma. La chica que soñaba, que no
escondía la tristeza en las mejillas, que no lloraba subiendo escaleras, que
miraba por ventanillas para ver sin ojos nublados. La que le gustaba acortar
distancias con besos sinceros, por la calle, en el cine, en una cama o en la
vida, sin tener que esconderse. La que dejaba que su corazón hablara más que
sus letras, y sus ojos mas que sus labios. A la que le costaba dejarse llevar
hasta que encontró a alguien que cogió su mano y no la soltó…
Porque yo quería a Marcos como jamás había querido a otro en
mi vida. Él se convirtió en todo para mí. Era mi norte en mis momentos de
locura y mi sur cuando la vida no me sonreía. Era el bien cuando me despertaba
con besos en la frente y el mal cuando follábamos como locos sin pensar en el
amanecer. Era mi ancla cuando quería encallar en situaciones y las olas que me
mareaban en otras. Era como una bomba de sentimientos que hizo olvidarme de mis
anteriores fracasos y solo pensar en el presente con él. Era la paz en una guerra
librada por miradas. Era una brújula que desordenaba mi destino, ahora tan mezclado con el suyo. Era
cosquillas en el vientre, y dedos entrelazados en su pelo. Era mi sueño en su
máximo significado. Era una tormenta de verano que te moja los pies, un
anticiclón en invierno que te calienta al sol. Era simplemente Marcos…y mi vida
empezaba y acababa con él.